Como sociedad, hoy enfrentamos un mundo cada vez más distante de Dios y más cercano a todo lo que a Él se opone; un mundo en el cual la realidad de lo bueno y lo malo se relativizó y se intercambió; un mundo confundido en medio de la oscuridad que emana del mal; un mundo en donde las enseñanzas de Cristo parecen no tener aceptación y son rechazadas en medio de ultrajes a su Santo Nombre y a su acción redentora; un mundo en el que Dios ha sido desplazado para encumbrar al hombre con sus acciones ciegas y desobedientes.
En medio de esta oscura realidad, una parte de esta humanidad se pregunta, y solamente se pregunta: ¿Qué está pasando?, ¿Por qué tanta maldad y tanto caos entre nosotros y el resto de la creación que nos rodea?
A este interrogante se puede responder con amplias interpretaciones o sustentos antropológicos y filosóficos, (y porque no, hasta con posiciones viscerales), acudiendo con vehemencia a lo que hoy llamamos “libertad”. Ahora, si consideramos en un sentido estrictamente práctico que la presencia del mal en el hombre es, por contraposición obvia, la ausencia del bien, cabe preguntarnos ¿qué está pasando con la presencia del bien en nosotros . Sigamos en el terreno de lo estrictamente practico: si el bien, como acción humana, surge de la interacción y la comprensión del entorno inmediato…, pensemos entonces en nuestro “primer” entorno: La Familia.
La familia es ese primer entorno en el que llegamos a habitar este mundo y nos adaptamos al mismo; aquí nos dotamos de las herramientas para orientar nuestros pensamientos y consecuentes acciones a través de aquello que consideramos “valores”.
Como Cristianos, el conjunto de nuestros valores familiares debe ser iluminado por la presencia Real de Cristo y el plan salvífico de Dios…a imagen y semejanza de la familia de Nazaret; pero para infortunio de la humanidad actual, esta realidad se ha convertido más en una utopía que en el sentido de la existencia misma por la búsqueda de su plenitud.
Hoy, estamos asistiendo a la destructiva determinación del mal por hacerse a los amados hijos de Dios: ¡nosotros mismos!, y anteponerse así al plan salvífico de Dios y su acción redentora. Como simples espectadores vivimos en medio de múltiples acciones en las que, de manera sistemática y con sustento secular, la familia está sufriendo grandes ataques en medio de nuestra indiferencia (y hasta complicidad); se nos está arrebatando la vida verdadera a cambio de experimentar una existencia en el placer…hoy somos, por elección, una sociedad hedonista.
Es sencillo, si en la Familia estamos llamados a conocer el amor, la misericordia, el respeto, el perdón, la hermandad…es decir, a experimentar la presencia de Dios, al acabar con ella se está socavando nuestro encuentro con Cristo. Hoy, las familias no se construyen haciendo de Jesús su centro, en ellas no se promueve ni se acompaña en el conocimiento y aceptación de Dios; hoy las familias están siendo “re- diseñadas”, o utilizando un término de moda están siendo “deconstruidas” bajo el concepto de “familia Diversa”, moldeada por premisas y normas “cambiantes” y “flexibles” con capacidad para “adaptarse”. La aplicación de estos “conceptos” destruyen el diseño original de la familia; simplemente observemos con detenimiento lo que se nos muestra en el mundo hoy como alternativas…las explicaciones sobran.
Cristo, a través de su Iglesia, nos llama hoy a restablecer nuestra correcta relación con Él, con las personas y con la creación a través de la familia. Como familia, ese debe ser nuestro propósito y para ello se hace necesario, entre muchas otras acciones, acudir a la vida Sacramental VIVIDA (NO adquirida), descubriendo en ella la presencia REAL de Cristo que amorosamente se ofrece a nosotros. Es momento de anhelar y alcanzar ese encuentro REAL con Cristo a través de acciones concretas en familia, es decir, a través de la fé que nos lleva a la obediencia a Dios, porque a ese encuentro No se llega con ideas abstractas recibidas por mera tradición, Ni con conceptos teóricos, Ni con el racionamiento de nuestra propia conveniencia.
Si No volcamos con determinación nuestra atención y nuestras acciones a la defensa de la familia como indiscutible creación de Dios, haciendo de ellas Iglesias domésticas, estaremos autodestruyéndonos en medio de la absurda pregunta: ¿Por qué estamos como estamos?; la respuesta, aunque pareciera igualmente absurda, diría más bien que es absurdamente sencilla: porque de un árbol de coco no puedo obtener fresas!.