Catequesis sobre la peregrinación
La Peregrinación como signo de nuestra Esperanza
Objetivo:
Aprender que la Peregrinación es la condición del hombre caminando por la vida hacia la casa del Padre y que evoca el camino personal del creyente siguiendo las huellas del Redentor, hasta alcanzar el estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Cf. Ef 4,13).
Metodología:
- Se deberá preparar un camino de huellas en papel que sobre el piso guíen a los participantes desde afuera del salón hasta el alatar de la Palabra de Dios que deberá estar sobresaliendo por su belleza en la parte central del salón.
- Se sugiere hacer de oración una Lectura Orante de la Palabra con el texto de: Hechos 1, 9 – 14
- Se les va a invitar a todos a construir un paseo de un dia, (paseo, no peregrinación) en comunidad. Lo van a preparar en esta reunión, (es un ejercicio hipotético). Quien dirige ayuda a con preguntas a que los asistentes vayan participando de la estructuración del paseo. El que dirige o un asistente va anotando en papelógrafo o tablero las participaciones.
Preguntas orientadoras.
- A donde vamos a ir (deben ponerse de acuerdo)
- En que nos vamos a ir (buscar lo más idóneo)
- A quienes podemos llevar
- Quiénes no pueden ir?
- ¿Qué vamos a llevar?
- ¿Qué vamos a comer?
- ¿Qué paradas vamos a hacer?
- ¿Qué vamos a hacer allá?
- ¿A qué hora salimos?
- ¿A qué hora nos vamos a venir?
- ¿Qué ropa vamos a usar?
- ¿Qué vamos a jugar?
Y otras preguntas que surjan de manera espontánea… se debe favorecer el buen ánimo y ambiente para el ejercicio. ¡como si lo fuéramos a llevar a cabo¡ el que dirige recoge el plan, lo sintetiza
Terminado el ejercicio se les debe preguntar de una manera muy seria y profunda: ¿y para que vamos de paseo?
Se escuchan varias respuestas
- SE procede a hablar de cómo el texto de Hechos 1, 9 – 14, pone a los discípulos y apóstoles a caminar hacia un aposento donde estaba la comunidad reunida. Y como este texto nos sugiere que hay momentos en la vida en que nos acomodamos en nuestro lugar con una mirada en el infinito, pero sin sentido de vida, sin criterio de movimiento alguno.
La Iglesia, madre y maestra, nos invita, cada cierto tiempo a peregrinar como signo del movimiento constante hacia la Casa del Padre. Pero para ello debemos ser conscientes (como en el ejercicio del paseo), a prepararnos para caminar, a prepararnos para esa llegada, y ser conscientes de la eternidad de felicidad que haya nos espera.
Las peregrinaciones evocan nuestro camino en la tierra hacia el cielo. Tradicionalmente son momentos de oración renovada. Para los peregrinos en busca de sus fuentes vivas, los santuarios son lugares excepcionales para experimentar las formas de la oración cristiana ‘en Iglesia'”. CIC 2691
La Arquidiócesis de Cali nos propone varios lugares santos, a donde podemos ir a peregrinar, lugares y espacios que nos congregan por afinidad territorial, devocional o jubilar.
A primera vista, hablar de determinados «espacios» en relación con Dios podría suscitar cierta perplejidad. ¿Acaso no está el espacio, al igual que el tiempo, sometido enteramente al dominio de Dios? En efecto, todo ha salido de sus manos y no hay lugar donde Dios no esté: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes, él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos» (Sal 2324, 1-2). Dios está igualmente presente en cada rincón de la tierra, de tal modo que todo el mundo puede ser considerado como «templo» de su presencia. Con todo, esto no impide que, así como el tiempo puede estar acompasado por kairoi, momentos especiales de gracia, el espacio pueda estar marcado análogamente por particulares intervenciones salvíficas de Dios. Por lo demás, esta es una intuición presente en todas las religiones, en las cuales no solamente hay tiempos, sino también lugares sagrados, en donde puede experimentarse el encuentro con lo divino más intensamente de lo que sucede habitualmente en la inmensidad del cosmos.
En relación con esta tendencia religiosa general, la Biblia ofrece un mensaje específico, situando el tema del «espacio sagrado» en el horizonte de la historia de la salvación. Por una parte, advierte sobre los peligros inherentes a la definición de dicho espacio, cuando ésta se hace en la perspectiva de una divinización de la naturaleza -a este propósito, se ha de recordar la fuerte polémica antiidolátrica de los profetas en nombre de la fidelidad a Yahveh, Dios del Éxodo- y, por otra, no excluye un uso cultual del espacio, en la medida en que esto expresa plenamente la intervención específica de Dios en la historia de Israel.
El espacio sagrado se ve así progresivamente «concentrado» en el templo de Jerusalén, donde el Dios de Israel quiere ser venerado y, en cierto sentido, encontrado. Hacia el templo se dirigen los ojos del peregrino de Israel y grande es su alegría cuando llega al lugar donde Dios ha puesto su morada: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “vamos a la casa del Señor”! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (Sal 121122, 1-2). En el Nuevo Testamento, esta «concentración» del espacio sagrado alcanza su punto culminante en Cristo, que se convierte ahora en el nuevo «templo» (cf. Jn 2, 21), en el que habita la «plenitud de la divinidad» (Col 2, 9). Con su venida el culto está llamado a superar radicalmente los templos materiales para llegar a ser un culto «en espíritu y verdad» (Jn 4, 24). Asimismo, en Cristo, también la Iglesia es considerada «templo» por el Nuevo Testamento (cf. 1 Co 3, 17), como lo es incluso cada discípulo de Cristo, en cuanto habitado por el Espíritu Santo (cf. 1 Co 6, 19; Rm 8, 11). Evidentemente, como demuestra la historia de la Iglesia, todo esto no excluye que los cristianos puedan tener lugares de culto; es necesario, sin embargo, que no se olvide su carácter funcional respecto a la vida cultual y fraterna de la comunidad, sabiendo que la presencia de Dios, por su naturaleza, no puede ser circunscrita a ningún lugar, puesto que los impregna todos, teniendo en Cristo la plenitud de su expresión y de su irradiación.
Este vivir la vida en la presencia de Dios es lo que diferencia a un peregrino de un simple caminante. No se trata de estar permanentemente pensando en Dios, pero sí tener esa certeza de que Él jamás nos abandona y que siempre nos está mirando. Acudir a Él numerosas veces al día para pedirle algo, agradecerle lo que sea, pedir perdón, etc. Saber que está ahí. Por eso Jesús habla de que tenemos que orar en todo momento.
La oración, en este sentido, es ese impulso del corazón que nos hace vivir desde Dios todas las actividades de nuestra jornada. Este caminar ‘con’ y ‘hacia’ Jesús es la clave del peregrinaje y por eso podemos definir el peregrinar como un rezar con los pies. No caminamos a un lugar, aunque también, sino que lo que da sentido a todo es el encuentro personal con Jesucristo a través de esa realidad que nos acerca a Él.