Una catequesis al servicio de la Nueva Evangelización (+57) 3145691604

Catequesis sobre la esperanza

Objetivo:

Generar en los discípulos y misioneros la esperanza de alcanzar el Reino de los Cielos y la vida eterna, poniendo su confianza en las promesas de Cristo y apoyándose no en sus propias fuerzas, sino en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817).

Metodología:

  1. El espacio de encuentros deberá tener un ambiente de oración, con cuatro velones puestos en una mesa frente al auditorio, a un lado el atril con una biblia y en lo posible manteles o adornos de color verde.
    A cada participante que va llegando se le entregará una hoja en blanco y un marcador para que escriba allí, en una frase respondiendo la pregunta: ¿Cuál es tu mayor esperanza?
    Las hojas se pegarán en una pared o tablero dejando la parte central sin poner nada.
  2. Se iniciará el encuentro con una Lectura Orante de la Palabra del texto de:  1 Co 15,17-19
    Se termina rezando un Padre Nuestro para pedir a Cristo Resucitado que nos aumente nuestra esperanza.
  3. Se procede a leer el texto de las 4 velas, 3 de las velas o velones que deben estar en la mesa estarán apagadas, la última vela deberá estar encendida. Cuando se llegue al momento de hablar de la vela de la esperanza se encienden, con la vela de la esperanza se encienden las otras tres.

Las cuatro velas

Paz, Fe, Amor y Esperanza Las cuatro velas se quemaban lentamente. En el ambiente había tal silencio que se podía oír el diálogo que mantenían.

La primera dijo: – ¡YO SOY LA PAZ! Pero las personas no consiguen mantenerme. Creo que me voy a apagar. Y, disminuyendo su fuego rápidamente, se apagó por completo.

Dijo la segunda: – ¡YO SOY LA FE! Lamentablemente a los hombres les parezco superflua. Las personas no quieren saber de mí. No tiene sentido permanecer encendida. Cuando terminó de hablar, una brisa pasó suavemente sobre ella y se apagó.

Rápida y triste, la tercera vela se manifestó: – ¡YO SOY EL AMOR! No tengo fuerzas para seguir encendida. Las personas me dejan a un lado y no comprenden mi importancia. Se olvidan hasta de aquellos que están muy cerca y les aman. Y, sin esperar más, se apagó.

De repente… entró un joven y vio las tres velas apagadas. -Pero, ¿qué es esto?. Deberíais estar encendidas hasta el final.

Entonces, la cuarta vela habló: – No tengas miedo: mientras yo tenga fuego, podremos encender las demás velas. ¡YO SOY LA ESPERANZA!

El joven, con los ojos brillantes, agarró la vela que todavía ardía… y encendió las demás.

¡QUE LA ESPERANZA NUNCA SE APAGUE DENTRO DE NOSOTROS!

¡Y que cada uno de nosotros sepamos ser la herramienta que los jóvenes necesitan para mantener la Esperanza, la Fe, la Paz y el Amor!

Dios hecho hombre en la persona de Jesús, vino al mundo y vivió entre nosotros y él nos anunció: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida.” (Juan 13,6)

Si ponemos nuestra esperanza en Jesús, el mundo cambiará, porque él nunca nos fallará.

Aunque parece que el mundo está autodestruyéndose y que las cosas van mal, tened en cuenta que Jesús nos dijo: En el mundo tendréis tribulaciones, pero ánimo, que yo he vencido el mundo. Juan 16,33.

Esta es nuestra esperanza. Amigos, ¡mantened siempre esta llama encendida!

  1. Se procede a hacer una exposición sobre la esperanza cristiana, según la catequesis expuesta por el papa Francisco:

 

En la última catequesis comenzamos a reflexionar sobre las virtudes teologales, que son tres: fe, esperanza y caridad. La última vez hablamos sobre la fe, hoy reflexionamos sobre la virtud de la esperanza. El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (n. 1817).

Estas palabras nos confirman que la esperanza es la respuesta que se ofrece a nuestro corazón cuando surge en nosotros la pregunta absoluta: “¿Qué será de mí? ¿Cuál es el destino del viaje? ¿Cuál es el destino del mundo?”.

Todos nos damos cuenta de que una respuesta negativa a estas preguntas produce tristeza. Si no hay un sentido en el viaje de la vida, si no hay nada ni al principio ni al final, entonces nos preguntamos por qué debemos caminar: de ahí surge la desesperación humana, el sentimiento de inutilidad de todo. Y muchos podrían rebelarse: “Me he esforzado por ser virtuoso, por ser prudente, justo, fuerte, templado. También he sido un hombre o una mujer de fe…. ¿De qué ha servido mi lucha?”. Si falta la esperanza, todas las demás virtudes corren el riesgo de desmoronarse y acabar en cenizas. Si no hubiera un mañana fiable, un horizonte luminoso, sólo quedaría concluir que la virtud es un esfuerzo inútil. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente”, decía Benedicto XVI.

El cristiano tiene esperanza no por mérito propio. Si cree en el futuro, es porque Cristo murió y resucitó y nos dio su Espíritu. “Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente”. En este sentido, una vez más, decimos que la esperanza es una virtud teologal: no emana de nosotros, no es una obstinación de la que queramos convencernos, sino que es un don que viene directamente de Dios.

A muchos cristianos dubitativos, que no habían renacido del todo a la esperanza, Pablo les presenta la nueva lógica de la experiencia cristiana y dice así: “Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes y ustedes siguen en sus pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!” (1 Cor 15,17-19). Es como si dijera: si crees en la resurrección de Cristo, entonces sabes con certeza que no hay derrota ni muerte para siempre. Pero si no crees en la resurrección de Cristo, entonces todo se vuelve vacío, incluso la predicación de los Apóstoles. Todo se vuelve vacío.

La esperanza es una virtud contra la que pecamos a menudo: en nuestras nostalgias malas, en nuestras melancolías, cuando pensamos que las felicidades pasadas están enterradas para siempre.  Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos por nuestros pecados, olvidando que Dios es misericordioso y más grande que nuestros corazones. No olvidemos esto, hermanos y hermanas, Dios perdona todo, Dios perdona siempre, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón. Pero no nos olvidemos de esta verdad: Dios perdona todo, Dios perdona siempre.

Pecamos contra la esperanza cuando en nosotros el otoño anula la primavera; cuando el amor de Dios deja de ser un fuego eterno y nos falta la valentía de tomar decisiones que nos comprometen para toda la vida. ¡El mundo de hoy tiene tanta necesidad de esta virtud cristiana! El mundo tiene necesidad de la esperanza, como también necesita tanto la paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza. Los seres humanos pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y todo ya, la paciencia tiene capacidad de espera. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras. Esperanza y paciencia van juntos. La esperanza es la virtud del que tiene un corazón joven; y aquí, la edad no cuenta. Porque existen también ancianos con los ojos llenos de luz, que viven una tensión permanente hacia el futuro. Pensemos en aquellos dos grandes ancianos del Evangelio, Simeón y Ana: nunca se cansaron de esperar y vieron bendecido el último tramo de su camino terreno por el encuentro con el Mesías, al que reconocieron en Jesús, llevado al Templo por sus padres. ¡Qué gracia si fuera así para todos nosotros! Si, después de una larga peregrinación, al dejar las alforjas y el bastón, nuestro corazón se llenara de una alegría que nunca antes habíamos sentido, y nosotros también pudiéramos exclamar: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y  gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-32).  Hermanos, hermanas, sigamos adelante y pidamos la gracia de tener esperanza. La esperanza con la paciencia. Siempre mirad aquel encuentro definitivo, siempre mirad que el Señor está siempre a nuestro lado y que nunca la muerte será victoriosa. Sigamos adelante y pidamos al Señor que nos de esta virtud de la esperanza acompañada de la paciencia.
  1. En ambiente de oración ojalá escuchando una canción sobre la esperanza, se invita a cada uno de los asistentes a tomar su hoja de papel y ponerla alrededor de la Palabra expuesta en el Atril.
  2. Se puede terminar rezando entre todos el Salmo 118, ya sea a dos voces, una sola voz, o cada participante un verso.